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Galve de Sorbe, un castillo a recuperar

 

Cada vez son más las voces que se levantan juntas cuando a nuestra provincia le afecta un problema relacionado con su patrimonio histórico-artístico. Desde hace años, a un Castillo de la más alta cuenca del Henares, al de Galve de Sorbe, le vienen aquejando todos los males: su compra por un propietario que primero lo estropeó y luego lo abandonó, y los años sin que nadie se ocupe de él, expuesto a unas inclemencias constantes, y a un lento derruirse, que le ha traido a estar, hoy, en trance de venirse al suelo. Ahora van a oirse muchas voces en apoyo del Castillo de Galve, y con ellas seguro que le ha de llegar la salvación que precisa.

 

 

Historia del Castillo

 

Aunque en otras ocasiones he escrito en estas páginas los datos más significativos de esta fortaleza, desde su perspectiva histórica y monumental, no viene mal recordarlos, porque así puede centrarse major el problema que aqueja a estas mal traídas murallas.

 

Sobre las altísimas tierras que unen la meseta castellana inferior con la superior, se alza el castillo de Galve, vigilante del naciente valle del Sorbe, que muchos kilómetros hacia el sur dará en el Henares. Perteneció este lugar, tras la reconquista, al Común de Villa y Tierra de Atienza, siendo luego, en el siglo xiii, de propiedad del infante don Juan Manuel, quien levantó un primitivo castillo sobre el lugar. Pasó luego a la Corona por muerte del revol­toso Infante, y en 1354 el rey don Pedro i dio Galve a Iñigo López de Orozco. Su hija doña Mencía casó con Men Rodrí­guez de Valdés, señor de Beleña, y a ellos compraron Galve, mancomunadamente, el almirante de Castilla don Diego Hur­tado de Mendoza, y el Justicia Mayor del Reino don Diego López de Estúñiga. En esta última familia quedó, y ellos fueron los constructores de la gran fortaleza que hoy existe dominando al pueblo.

 

Para el viajero que llega a Galve, supone una sorpresa

ver un castillo tan grande sobre un pueblo tan pequeño.

La forma de admirarlo en detalle es ascendiendo hasta

su altura, por un camino de tierra que parte desde las

últimas casas del pueblo.

 

Este castillo es obra de la segunda mitad del siglo xv,

erigido por los Estúñigas, cuyos escudos aparecen

distribuidos en las talla­das piedras de muros y estancias.

Sufrió luego el abandono y la ruina, el destrozo

programado en la guerra carlista, y la reconstrucción

arbitraria que su nuevo dueño realizó en pasados años,

y que le ha supuesto, entre otras lamentables

alteraciones, el emparedamiento de su puerta principal,

de tal modo que es imposible acceder a su interior, o la

colocación de unas almenas de cartón piedra que a las

primeras rachas de viento se vinieron al suelo.

 

El castillo de Galve consta de un amplio recinto externo, de elevada muralla almenada, en la que se presentan sendas torres cuadrangulares en las esquinas, más un cubo semicircular ado­sado al comedio de la cortina sur. Sobre la esquina noroeste se alza la hermosa torre del homenaje: de planta cuadrada con fuertes muros de sillar, en lo alto de las esquinas rompen su línea recta cilíndricos garitones sobre repisas varias veces molduradas, luciendo cada uno un escudo de los Zúñigas constructores. Se remata esta torre con un saledizo sujeto por modillones de triple moldura. Tiene su interior, ya restaurado, cinco pisos, en uno de los cuales aparece una gigantesca chi­menea de piedra sillar, con gran arco escarzano, y ventanales escoltados de asientos de piedra, y una superior terraza desde la que se contempla un increíble panorama. En el cubo semicilíndrico que defiende el muro sur, en su interior, hay una bóveda hemiesférica de sillar con escudos de los constructores tallados en su interior.

 

En la restauración que hace unos 30 años realizó la actual propiedad, se sumó a la cubierta de la torre un cuerpo que aunque en este tipo de Castillo señorial y atalayado, en el siglo XV solía existir, en este caso se puso una edificación de mal trabados muros y cubierta de uralita, que le afeaba enormemente. Las tormentas y vendavales lo han destruido, dañándose al mismo tiempo los perfiles superiores de la torre.

 

Todo ello ha llevado a ofrecer una situación de lastimoso abandono y peligro de ruina para este Castillo. Como muchos otros de Guadalajara (que es una de las provincias de Castilla con más abundante número de fortalezas militares de origen medieval) que representan la esencia de una historia centenaria y una evidencia palpitante de formas de vida, está el de Galve olvidado de todos. Menos de quienes en su pueblo tienen sensibilidad y valores.

 

Algo similar ocurrió en otras fortalezas de nuestra provincia. Recientemente, una de las que sangraban por el pecho, y se caían a trozos, era la de Embid, en el confín de Molina: llegó el dinero y los restauradores. Y se ha salvado, aunque el mal criterio de quien planificó la restauración ha obligado a reconsiderar lo realizado, y se están desmontando partes de una torre y algunos elementos inventados. De Palazuelos, mejor no hablar. Y de Pelegrina, todavía esperando que alguien calce su torre mayor, porque el peligro de hundimiento sigue activo.

 

En todo caso, cada vez interesa a más gente la conservación de nuestros viejos edificios medievales (castillos, iglesias, puentes y Fuentes…) y ello nos llevará un día a evitar hundimientos y ganar presencias que no debieran haberse ido. Entre las voces que poco a poco se alzan, quiero felicitar la que hace unos días puso en papel impreso David Jesús López Gómez. Que tiene toda la razón: lo que defendemos cuando pedimos que no se deje hundir un castillo, o no se le aplique la ley del “silencio administrativo” a una fuente que nadie usa ya para beber, es nuestra identidad, la de la provincia, la de quienes la habitamos (nacidos en ella o venidos de fuera, da igual) la de quienes tenemos un compromiso irrenunciable con las generaciones futures para legarles la mayor cantidad posible y en las mejores condiciones, los elementos que conformaron la esencia de nuestra historia.

 

El aluvión de gentes que nos llegan, de otras culturas y de otros valores, no puede justificar con su silencio el que nuestro patrimonio se caiga. Es cierto que por parte de la Administración existe una sensibilidad clara de apoyo, y un orden lógico de preferencias y actuaciones, pero cuando se dan las circunstancias que ahora en Galve: un edificio de propiedad particular, pero abandonado de forma total, la Administración Regional debe hacer algo. Al menos, hablar con ese epropietario y ofrecerle soluciones, la compra del edificio o el apoyo para que lo restaure.

 

Y este es solo un ejemplo, por desgracia: para otro día dejamos el tema de las ruinas del convento de San Antonio en Mondéjar, la iglesia románica de Santiago en Sigüenza, el monasterio de Bonaval cerca de Retiendas, el convento Carmelita de Cogolludo, el templo románico de Villaescusa de Palositos, el puente árabe y su entorno (hay un río por debajo, aunque sea difícil de verlo y de creerlo) en la propia Guadalajara, etc.

 

 

Antonio Herrera Casado

Artículo extraído de www.herreracasado.com (2006).

 

 

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