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Galve

 

 

        Galve de Sorbe es un pueblo serrano a donde hay que ir adrede, pero el viaje es provechoso porque la zona es bella y tiene además notables iglesias del románico rural. Yo tuve la suerte d recorrerlo con Antonio Herrera Casado –jovial pero erudito cronista de Guadalajara- que es como celoso mayoral de esta grey.

 

      Sobre un cerro empinado, al Noroeste del pueblo de Galve, está el castillo. Dícese que fue D. Juan Manuel quien en ese lugar edificó una primitiva fortaleza reinando Alfonso XI de Castilla. Demolida en guerra, sus ruinas permanecieron tales hasta mediados del siglo XV, en que fue edificado el actual por obra de los Zúñiga, cuyo escudo puede verse en la torre del Homenaje.

 

        El castillo de Galve es una fortaleza tardía, menos ruda y belicosa. La época es nueva y el hombre se considera más importante que antaño. Ya no se teme el fin del mundo ni la venida del anticristo. Ya nadie se flagela ni unce a las piedras que se llevan a la catedral. Los Zúñiga, descendientes de los reyes navarros, hacen su obra con más fasto señorial que austeridad.

        En el perímetro de la Muela de Galve se ven restos de la muralla exterior del castillo. Este tiene planta trapezoidal y en un ángulo destaca la torre del Homenaje cuyas aristas están rematadas por garitones muy perfectos.

 

     La torre del Homenaje es hermosísima y está a medio restaurar: tiene cuatro plantas y una sólida bóveda de mampostería. Sobre la torre ha construido su propietario un tejadillo provisional de mala fortuna. En la tercera planta de la torre existe una amplia chimenea donde pueden asarse corderos enteros. También dos curiosos aguamaniles con desagüe a través del muro.

 

        La torre semicircular del lienzo sudeste tiene un aire de firmeza matemática. En el suelo hay una extraña oquedad cuyo oficio no se sabe.

        El dueño (¿alguien puede serlo verdaderamente de estas piedras casi como los ríos, los caminos o las canciones?) ha tenido el valor de reconstruir el castillo, haciéndolo un tanto a su aire: una puerta ojival donde no hubo, ventanas amplias en un muro que necesitaba compacidad defensiva y menos luz, almenas primorosamente encaladas, ladrillo chapado que imita cantería.

 

     Hay que reconocer que el actual señor del castillo ha entrado con todas las consecuencias en el juego de la historia: un castillo es para la guerra y su debilidad se pega con la ruina. Luego, su conquistador lo rehace a su antojo. También los viejos paredones actuales fueron edificados en el siglo XV sobre otras ruinas anteriores.

 

     Quienes entraron con retraso en el juego de la historia son los organismos oficiales encargados de controlar las obras.

        A veces es preferible que la restauración se limite a consolidar las ruinas, protegiéndolas y conservándolas con su carga de arcaísmo y bella inutilidad. Tal y como dictan los nuevos criterios de conservación de monumentos, aplicados con justeza a algunas ruinas históricas europeas (Abadía de Jumieges en Normandía y Abadías de Lindisfarne, Fountain y Mellifornt en Inglaterra).

 

        Desde el castillo, el pueblo de Galve parece como a vista de avión o como señalado sobre un mapa: los tejados son rojos, las calles como una telaraña, los campos verdes y las carreteras blancas.

 

 

 

 

 

 

 

Francisco García Marquina

Capítulo extraído de su libro "Guía de los castillos de Guadalajara" (1980)

 

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